Hace mucho que empezamos a escribir un cuaderno. A él le parecía fascinante la idea de escribir nuestra historia. Cada paso, cada beso, cada abrazo. Escribía todo lo que ocurría. Realmente era increíble mirarle escribir todas esas cosas, parecía que se le iba la vida en ellas, y yo no podía evitar quererle a cada segundo.
Él tuvo un error inmenso. Se olvidó de escribir a lápiz para luego borrar. Él lo que hizo fue coger un pilot azul para no corregir ni el más minímo fallo. Al principio me pareció bonito, ya que no podría borrar nada. Luego, le odié por hacerlo.
Lo nuestro lo hicimos pequeño. Tanto, que ni siquiera conseguiamos ver si aún estabamos juntos.
Más tarde y tras varios años, una buena tarde saqué de un baúl que había tras la puerta de mi habitación ese cuaderno. Lo cogí entre las manos, y empecé a reelerlo página a página. Trescientas trece, por si parecen pocas. Sí, era un cuaderno gordo y grande, de estos que pesan al cogerlos. Cuando terminé de leerlo, en tres tardes contadas, decidí llevarselo a él para que le echase un vistazo. Me dio ese "yo que sé" de querer que el también recordase todo aquello, y lo hizo. Cuando me vió aparecer con el cuaderno me sonrió, y cuando se lo entregué, comenzó a llorar arrancando cada una de sus hojas. Me contó los lamentables años que había pasado, y me hundió, asique junto a él, arrancaba hojas de nuestra historia. Parecía complicado, porque eran nuestros recuerdos, pero el dolor era demasiado. Yo sabía perfectamente que no se iban a eliminar de mi memoria, pero lo intenté. De repente abrí los ojos y me di cuenta que de lo que estaba arrancando hojas sin cesar era de la guía de "Páginas amarillas". Jamás tuve el valor suficiente para tirar nuestra historia como si no hubiese pasado nada. Me pertenece. Mi historia. Nuestra historia. Nuestra, siempre nuestra.
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